Imagina recorrer un paisaje donde el verde de los cultivos entrelaza el canto de los ríos andinos con la brisa costera y la humedad amazónica. En ese mosaico de suelos fértiles y saberes ancestrales nacen las “Reservas Alimentarias Campesinas”, un proyecto que —gracias al respaldo de la Unión Europea— se propone dar un giro profundo a la forma en que las comunidades rurales de Ecuador protegen su tierra, su comida y su futuro.

¿Por qué hablar de reservas?
Durante décadas, las mujeres y los hombres que siembran nuestros alimentos han enfrentado dos retos que se superponen: la desigualdad social y la degradación de los ecosistemas. El resultado salta a la vista: tierras empobrecidas, acceso limitado al agua y un mercado que paga poco por los productos campesinos. Las reservas alimentarias campesinas se conciben como un antídoto a ese modelo extractivista. No son simples áreas de cultivo; son territorios donde la biodiversidad, la memoria cultural y el derecho a la alimentación se entrelazan para permanecer vivos.
Un proyecto tejido por muchas manos
Para lograrlo, el proyecto forma promotoras y promotores comunitarios con una “caja de herramientas” que combina elementos prácticos y legales. No se trata solo de aprender conceptos; se trata de salir al terreno, mapear problemas reales, documentar violaciones a derechos y, sobre todo, construir argumentos sólidos para exigir cambios ante autoridades locales y nacionales. Cada taller se replica en las bases, multiplicando el saber entre las familias de su comunidad en una primera fase y extendiéndose luego a tres organizaciones piloto que ya trabajan en el diseño de las primeras reservas.

Del aula al campo, de la semillas a la política pública
Pero la formación es apenas el punto de partida. El proyecto conecta a las comunidades con juristas, académicos y expertos internacionales en un seminario donde se cruzan historias de resistencia campesina de toda América Latina. Allí se perfila un Plan de Implementación: mapas participativos, corredores alimentarios que faciliten el intercambio de semillas nativas, rutas de comercialización corta y, lo más relevante, un borrador de política pública que las organizaciones presentarán ante los gobiernos locales y la Asamblea Nacional.
En definitiva, Reservas Alimentarias Campesinas no es solo un proyecto agrícola; es una apuesta por reescribir la relación entre el ser humano y la tierra. Con cada semilla intercambiada, con cada taller replicado y con cada pieza de política pública impulsada, se está labrando un futuro en el que el plato de cada familia campesina —y de cada consumidor urbano— sea el fruto de un sistema justo, diverso y resiliente.

Si te preguntas qué puedes hacer, la respuesta es sencilla: apoya la correlación entre el campo y la ciudad, comparte estas historias y mantente atento a la presentación pública de las primeras reservas. Porque, como reza la consigna de quienes llevan años defendiendo el campo ecuatoriano: “Organizados venceremos: exigiendo derechos y sembrando hoy, cosechamos dignidad mañana”.